Leaving on a jet plane

lunes, 28 de octubre de 2013

Hoy sentí frío.

Hoy sentí frío, a la orilla de la carretera, con Camilo Sexto de fondo y un olor a madera quemándose que suele uno percibir en los ranchos, despidiendo el fin de semana, uno más, casi despidiendo a Octubre. Eran las seis de la mañana y estaba dejando esa pequeña ciudad donde mi hermano acaba de quedarse solo, pues mi madre y hermana regresaron al puerto que nos vio nacer, que nos vio crecer, el mismo del cual habíamos tomado carretera la noche anterior él y yo para regresar a nuestras actividades laborales hoy en diferentes ciudades, decidí pasar la noche en su casa aunque tuviera que madrugar, pues quise sentir un poco más esa sensación de seguridad que me hace regresar a la niñez, esa calidez de mi mamá siempre que me arropaba, pues no importaban las situaciones difíciles que estuviéramos viviendo siempre que ella fuera a nuestra recámara y nos diera las buenas noches mientras nos echaba una cobija encima a cada uno y nos besaba la mejilla; esa tranquilidad que sus manos transmiten cuando me tocan.

Me acerqué a comprar mi boleto, tres policías municipales estaban ahí parados con sus armas en las manos, uno de ellos escuchando a la vendedora, boletera, qué sé yo, quejarse de algún conocido que, supongo, ambos tienen en común; una señora chaparra, morena asoleada, cabello lacio, ojos semi razgados hacia abajo, con toda la pinta de mujer de rancho, de esas de las que hacen tortillas a mano en un comal, una señora de carácter fuerte, medio arrogante pero nunca grosera; por escritorio tiene una mesa improvisada con madera donde tiene acomodados los boletos, me entregó uno de ida ofreciéndome el de vuelta también a lo cual dije "No, gracias", pagué y me fui a buscar un lugar para esperar. No muy lejos de ahí me acomodé sobre un tronco que tienen por sala de espera, y sentí frío, miré alrededor, gente con bolsas de plástico por maleta, mujeres y hombres uniformados, listos para ir a trabajar, una muchacha barriendo de la tierra las hojas que el otoño ha dejado a su paso. Y pensé en ellos, en la hora a la que despertaron, el tiempo que les tomó alistarse para salir, si tenían frío como yo, si el cigarro que se estaba fumando uno de ellos era por el clima o simplemente uno mañanero para la necesidad del cuerpo ya acostumbrado al tabaco; me dieron ganas de renunciar a mi trabajo, a mi vida y regresar a mi madre, a mi familia; la música y el olor de la mañana mezclado con la madera quemada, con los árboles y las flores, con los humanos y el humo de uno que otro vehículo que por ahí pasaba, me hicieron divagar aun más en mis ayeres y mi hoy. Y llegó el autobús, la gente se precipitó hacia la puerta de éste y yo junto con ellos, sin prisa, hice fila, una mujer que venía con una anciana tomada del brazo se saltó la línea y subió antes que los demás, un joven moreno, alto y de cabello rizo hizo lo mismo y pensé lo que siempre pienso cuando estoy esperando en una fila, en todos los hombres que se quejan y generalizan que la mujer se aprovecha de su condición de mujer y la condición de los "caballeros" para no esperar atrás su turno, pensé que nunca lo he hecho, eso, aprovecharme, pensé en el dilema que se me presenta cuando un hombre me ofrece pasar antes o sentarme en su asiento para él levantarse, que si acepto y digo gracias soy una aprovechada y si no lo hago e igual digo gracias puede ser un mal gesto, y al final soy una orgullosa malagradecida, por eso evito el contacto visual con todos y sigo mi camino. Subí y quedé parada en el pasillo del autobús, me quedé escuchando música y volví a mis pensamientos iniciales cuando vi a una pareja con una bebé, ésta en los brazos del padre, y la madre dormida del lado de la ventana, la mitad de los pasajeros iban durmiendo.

Sentí más frío, pero esta vez uno desagradable, el aire acondicionado del bus, vi la hora en mi celular y sólo esperé no llegar tarde al trabajo. Había pasado una hora cuando volví a ver el reloj y pensé que ya casi, un momento después iban a bajar varios pasajeros, uno de ellos me ofreció el asiento y al moverme para sentarme sentí un dolor en la rodilla derecha, me acomodé, cerré un momento los ojos y apreté la almohada en forma de CD que me acababa de regalar mi hermano, la piel estaba erizada y helada, respiré profundo varias veces, acaricié mi hombro izquierdo y después mis brazos, entonces abrí los ojos y los dejé mirando por la ventana, observé los campos arados, uno tras otro, los veía pasar a 120 Km/Hr aproximadamente, en unos había charcos de agua, en otros vacas y becerros, miré el cielo y la forma de las nubes, los cables unidos por postes los seguí por un rato, estaba con la mente en blanco, poco a poco desaparecía de mi interior ese sentimiento de calma, seguridad, tranquilidad, y mientras se escapaba de mi esa calidez del hogar me abracé, sentí con mis dedos el cuello, la clavícula, la cicatriz de mi vacuna en el hombro, los codos y respiré profundo tratando de retener todo eso pero, entre más me alejaba de mi hermano más difícil era mantenerme igual, como la hija pequeña que se escuda en los brazos de su madre, en su beso y su sonrisa. Llegamos a la central, la gente amontonada en el pasillo del autobús, empujándome para salir hasta llegar a la puerta y bajar los escalones para pisar el suelo como esta que ahora escribe y añora, al mismo tiempo que entiende que ya nada puede volver a ser como tal, que en este momento las metas y aspiraciones no se cruzan tan seguido con el puerto como quisiera, que cada día comprende más que no hay nada más costoso y satisfactorio al mismo tiempo que la libertad.


Elba González. Marrujo.