Entonces ahí estaba yo, sentada sobre el cofre de mi auto,
al lado de una botella de ron y en la mano un vaso a la mitad aún frío,
curiosamente más helado que cuando recién lo había servido con hielo, fenómeno
que me parecería extraño si no hubiese tenido las manos frías desde antes de
llegar a ese lugar, que les puedo decir, era una noche de bajas temperaturas,
al menos en mi interior. Lo que me llevó ahí no era más que un escape de la
realidad, de mi realidad. A veces los días son tan cansados, no por la jornada
laboral, académica y física que me lleva a pasar cada uno, sino lo exhaustivo
que puede llegar a ser el intentar no pensarte por más de una hora. Parece como
si tuviera los lentes rayados con tu nombre o la mente empañada con tu imagen,
no sé. Desde ese lugar podía ver gran parte de la ciudad iluminando la
oscuridad de la noche, suelo ir ahí cuando no quiero ver a nadie, o cuando he
sentido ganas de llorar, que esto último en mis cinco años en esta ciudad,
solamente han sido dos veces.
Horas antes estuve conviviendo con las personitas que me
rodean en un día normal, esas que tengo cerca casi dentro de mi rutina. Hace no
mucho solía, sin dejar de ser social, ser solitaria, la rutina era no tener
alguna después de las 19 horas y desvelarme en lo que llegara a pasar, o en su
caso, desvelarme en lo que no llegara a pasar. Hablar de anécdotas del día, reír,
comer, beber, escuchar su nombre en algún comentario burlesco hacia mi persona,
porque al parecer a ellas les parece gracioso que exista tal sentimiento en mí,
que de hecho exista esa persona por quien yo daría todo y por quien he hecho tales
locuras que para mi no valdrían la pena, en fin no hacía otra cosa fuera de lo
común. Llegado el momento de la despedida, ese donde se rompe la taza y cada
quien a donde debe, me dirigí a repartir humanas.
En el coche con el motor encendido y esperando a que ella
entre a su casa para poder arrancar, no fue más de un minuto cuando ya estaba
rodando la llanta, y quedo en el crucero esperando el espacio para avanzar y
detrás una canción con el volumen tan alto para callar los pensamientos, aunque
con una letra que no hace más que enfatizarlos, me detienen las ganas de pasar
por su casa y tal vez llegar con la intención de decir “Te extraño, te necesito”
y al final cambiarlo por un “Hola ¿Cómo estás?”. Ahí la indecisión y la batalla
entre el sentimiento y la razón, me llevaron a girar a la derecha y pasar
algunos semáforos antes de arrepentirme, pues el sentimiento ganó al decir que
es suficiente razón actuar en nombre de lo que quieres y necesitas.
Cobardía, nuestra querida amiga, pues ya estaba afuera de
esa casa observando la fachada y su coche ahí dándome la espalda, fumándome el
viento, escuchando canciones de nuestros primeros tiempos. No le advertí de mi
presencia, no busqué que saliera, me quedé ahí, imaginando su cuerpo recostado,
su rostro a medio dormir, tal vez insomne como yo y pensando, después sacudí la
imaginación y borré el insomnio y le vi durmiendo, descansando, y sentí su
calor, me llegó su olor, me vi con el rostro hundido en su cuello y mis brazos
enredados, con las manos aferradas a su pecho, le dediqué otra canción, mis
parpadeos eran lentos, casi me puedo imaginar en ese momento, una lágrima
corrió y bebí de mi trago para deshacer el nudo antes de que otra quisiera
salir, supe que era una buena decisión no dejar rastro, pues mi ausencia
parecía no sentarle mal y volví a la marcha, me fui con el pensamiento lleno de
las palabras mudas que me han dejado sus acciones, palabras mudas que, sin
embargo, me aturden.
No podía ya llegar a casa sin antes despejar la mente y
terminar esos tragos que aún estaban tristes dentro de la botella, esos hielos
derritiéndose queriendo fusionarse con el ron y el sabor, las calles estaban
despejadas y el lugar era solo para mi, justo a la medida de mis pensamientos. Media
hora más y las mejillas estaban sonrojadas por el alcohol, los labios rosas, el
coche bañado de brisa, mis ojos enrojecidos y en tono verdoso. Mirando a la
nada oscura llena de estrellas, “en algún lugar de este cielo estás Luna, no te
escondas”, no dejaba de repetir, pues no la alcanzaban mis miradas ya ebrias,
se había terminado el hielo pero no me causaba problema, con las manos tenía
para conseguir una bebida fría, “yo nunca te he mentido Luna y sé que a donde
vaya, me vas a seguir”.
Ella tan bella, pálida amante de muchos, reflejo de tantas,
espejo suyo, brillo incomparable, inalcanzable, dependiente, insomne Luna. La estaba
imaginando, le dije que no sabía cómo irme, como andar por el mundo con el alma
encerrada en otro cuerpo, que era como si a ella le pidieran no contemplar el
Mar por las noches. A ratos, una sonrisa llegaba al ver la suya en un recuerdo empañándome
la imaginación, o se me cerraban los ojos al escuchar su voz. Maté el último
sorbo de ron y eché el vaso dentro del coche junto con la botella, me recargué
unos minutos más en el cofre y después me fui. Mis manos seguían frías.
Elba.