Leaving on a jet plane

lunes, 21 de mayo de 2012

Mis Manos Frías


Entonces ahí estaba yo, sentada sobre el cofre de mi auto, al lado de una botella de ron y en la mano un vaso a la mitad aún frío, curiosamente más helado que cuando recién lo había servido con hielo, fenómeno que me parecería extraño si no hubiese tenido las manos frías desde antes de llegar a ese lugar, que les puedo decir, era una noche de bajas temperaturas, al menos en mi interior. Lo que me llevó ahí no era más que un escape de la realidad, de mi realidad. A veces los días son tan cansados, no por la jornada laboral, académica y física que me lleva a pasar cada uno, sino lo exhaustivo que puede llegar a ser el intentar no pensarte por más de una hora. Parece como si tuviera los lentes rayados con tu nombre o la mente empañada con tu imagen, no sé. Desde ese lugar podía ver gran parte de la ciudad iluminando la oscuridad de la noche, suelo ir ahí cuando no quiero ver a nadie, o cuando he sentido ganas de llorar, que esto último en mis cinco años en esta ciudad, solamente han sido dos veces. 


Horas antes estuve conviviendo con las personitas que me rodean en un día normal, esas que tengo cerca casi dentro de mi rutina. Hace no mucho solía, sin dejar de ser social, ser solitaria, la rutina era no tener alguna después de las 19 horas y desvelarme en lo que llegara a pasar, o en su caso, desvelarme en lo que no llegara a pasar. Hablar de anécdotas del día, reír, comer, beber, escuchar su nombre en algún comentario burlesco hacia mi persona, porque al parecer a ellas les parece gracioso que exista tal sentimiento en mí, que de hecho exista esa persona por quien yo daría todo y por quien he hecho tales locuras que para mi no valdrían la pena, en fin no hacía otra cosa fuera de lo común. Llegado el momento de la despedida, ese donde se rompe la taza y cada quien a donde debe, me dirigí a repartir humanas. 


En el coche con el motor encendido y esperando a que ella entre a su casa para poder arrancar, no fue más de un minuto cuando ya estaba rodando la llanta, y quedo en el crucero esperando el espacio para avanzar y detrás una canción con el volumen tan alto para callar los pensamientos, aunque con una letra que no hace más que enfatizarlos, me detienen las ganas de pasar por su casa y tal vez llegar con la intención de decir “Te extraño, te necesito” y al final cambiarlo por un “Hola ¿Cómo estás?”. Ahí la indecisión y la batalla entre el sentimiento y la razón, me llevaron a girar a la derecha y pasar algunos semáforos antes de arrepentirme, pues el sentimiento ganó al decir que es suficiente razón actuar en nombre de lo que quieres y necesitas.

Cobardía, nuestra querida amiga, pues ya estaba afuera de esa casa observando la fachada y su coche ahí dándome la espalda, fumándome el viento, escuchando canciones de nuestros primeros tiempos. No le advertí de mi presencia, no busqué que saliera, me quedé ahí, imaginando su cuerpo recostado, su rostro a medio dormir, tal vez insomne como yo y pensando, después sacudí la imaginación y borré el insomnio y le vi durmiendo, descansando, y sentí su calor, me llegó su olor, me vi con el rostro hundido en su cuello y mis brazos enredados, con las manos aferradas a su pecho, le dediqué otra canción, mis parpadeos eran lentos, casi me puedo imaginar en ese momento, una lágrima corrió y bebí de mi trago para deshacer el nudo antes de que otra quisiera salir, supe que era una buena decisión no dejar rastro, pues mi ausencia parecía no sentarle mal y volví a la marcha, me fui con el pensamiento lleno de las palabras mudas que me han dejado sus acciones, palabras mudas que, sin embargo, me aturden.


No podía ya llegar a casa sin antes despejar la mente y terminar esos tragos que aún estaban tristes dentro de la botella, esos hielos derritiéndose queriendo fusionarse con el ron y el sabor, las calles estaban despejadas y el lugar era solo para mi, justo a la medida de mis pensamientos. Media hora más y las mejillas estaban sonrojadas por el alcohol, los labios rosas, el coche bañado de brisa, mis ojos enrojecidos y en tono verdoso. Mirando a la nada oscura llena de estrellas, “en algún lugar de este cielo estás Luna, no te escondas”, no dejaba de repetir, pues no la alcanzaban mis miradas ya ebrias, se había terminado el hielo pero no me causaba problema, con las manos tenía para conseguir una bebida fría, “yo nunca te he mentido Luna y sé que a donde vaya, me vas a seguir”.


Ella tan bella, pálida amante de muchos, reflejo de tantas, espejo suyo, brillo incomparable, inalcanzable, dependiente, insomne Luna. La estaba imaginando, le dije que no sabía cómo irme, como andar por el mundo con el alma encerrada en otro cuerpo, que era como si a ella le pidieran no contemplar el Mar por las noches. A ratos, una sonrisa llegaba al ver la suya en un recuerdo empañándome la imaginación, o se me cerraban los ojos al escuchar su voz. Maté el último sorbo de ron y eché el vaso dentro del coche junto con la botella, me recargué unos minutos más en el cofre y después me fui. Mis manos seguían frías.

Elba.