Leaving on a jet plane

domingo, 11 de diciembre de 2011

"Dos errores que se cruzan que se muerden en los labios. Soledades que se juntan sin perder el daño."

Desperté de un sueño medio bizarro, nada fuera de lo normal, tomé el celular para anotar palabras clave sobre el sueño y así poder recordarlo si quería contarlo después, me quedé un momento viendo el techo, casi nada, entonces veo la hora, en mi cuarto con la puerta y persianas cerradas se puede llegar a perder la noción del tiempo pues parece siempre ser de noche, y sinceramente, vi el reloj pero no recuerdo los números en él, seña de que no estaba del todo despierta, pero estoy segura que no había amanecido aún porque me sentí cómoda para volver a cerrar los ojos y dormir. 

No sé cuánto tiempo pasó, supongo que no mucho, pero me sentía demasiado feliz entre el frío, la sábana y la cobija, ah claro, y mi bu. Di unas cuantas vueltas lentas, respirando profundamente como si te tuviera junto a mí y quisiera robarte todo tu olor, hundiendo mi rostro en las almohadas y acariciándome en ellas, de pronto suena una canción de melodía muy calmada, sentí casi caer en brazos de Morfeo de nuevo cuando me di cuenta que era mi celular sonando, un mensaje recibido, era tuyo y abrí más los ojos, decía: “Sal por favor, estoy afuera”. Entonces desperté, me levanté y me cambié de ropa, bajé, era noche todavía y abrí la puerta, estabas casi llorando, había unas pocas lágrimas en tu carita, caminaste hacía mí y me abrazaste, te dije: “Hey, ¿qué pasa? No te preocupes todo va a estar bien” y te abracé con más fuerza, acariciaste mi cabello como a veces haces y me besaste, en ese momento tus lágrimas comienzan a caer de nuevo, chocaron con mis mejillas, tu brazo derecho acarició mi cintura hacía arriba y tu mano precipitó algo contra mi espalda baja media derecha, sentí el filo entrarme y un fuerte dolor, dejé de besarte y recargué mi frente contra tu nariz, inhalé profundamente y solté el aire, me costó trabajo, levanté la mirada y pregunté ¿Por qué?, con lágrimas en tus ojos me besaste de nuevo y sacaste tu arma de mi cuerpo, no sin antes deslizarla con poca fuerza hacia arriba para romperme más la piel, entonces era yo quien lloraba un poco y noté que en tu carro había alguien más sentado a un lado del asiento conductor, no pude ver quien era y volví mi mirada hacia ti y de nuevo pregunté ¿Por qué?, acariciaste mis lágrimas y al dar un paso hacia atrás sujeté tu brazo, para quitarte la navaja ensangrentada de la mano –Regrésamela, dijiste, la necesito, te tomé del cuello y te acerqué a mí, pregunté –¿La necesitas?, y recargué el filo sobre tu hermoso rostro, para manchar tu boca de mi sangre, después de eso la alejé de ti para guardarla, me la exigiste de nuevo alegando que la necesitabas, yo me sentía desvanecer del dolor, de la pérdida de sangre, me vi de un tono demacrado, sabía que era cuestión de segundos el que yo cayera inevitablemente, arrebaté tu mano izquierda y dije: –No, no la necesitas, apreté tu mano sobre mi herida y tu hacías fuerza para zafarte, pero no dejabas de mirarme a los ojos, levanté tu mano bañada en sangre  –Ahí tienes, ya no necesitas tu navaja. Y te alejaste lentamente con la cara mojada, con la boca sangrada… te fuiste.

Yo ya no podía seguir en pie, y aferrada a la reja perdí toda la fuerza, caí sobre mis rodillas mirando el espacio vacío del lugar donde estuvo tu carro, en realidad no estaba sorprendida, me senté sobre el charco de sangre y sin poder evitarlo caí completamente, toqué con todo el cuerpo el suelo rojo oscuro y me acomodé en posición fetal, con un dolor endemoniado llegué a sentirme entumida y los ojos se me cerraban.
Un ruido llamó mi atención y escuché voces conocidas que asustadas gritaron mi nombre, los vi difuminados, sombras, los reconocí y pregunté qué demonios hacían ahí a esa hora y me dijeron que alguien les llamó y les dijo que me buscaran rápido porque estaba agonizante, una de ellas me dijo: –Vamos, conozco a alguien que te puede ayudar y no está lejos. A lo que contesté: –No, no quiero. Insistieron y sentí sus manos levantar mi cuerpo inerte, entre mi vida y muerte les escuché decir tu nombre, quise hablar pero de pronto el dolor cesó y mis ojos se terminaron de cerrar.

Desperté de nuevo, extrañada, sorprendida, y pensé había sido todo un sueño, pero no era mi techo el que tenía en frente, me levanté, o al menos lo intenté, y un maldito dolor me detuvo, casi grito, solo lancé un ruido extraño y disimulado de dolor. –No te muevas, vas a hacer que la herida se abra, entonces volteo a ver y ahí estaba la herida y las sábanas blancas manchadas, muy manchadas con mi sangre, yo ya no traía la misma ropa, estaba vestida completamente de blanco y en  donde estaba la herida había una mancha de sangre que me llegaba hasta el frente, –No creas que te vestí de blanco para que combinaras con la recamara, o la cama, es para ver si la herida sangra y por lo que veo gracias a tu movimiento volvió a abrirse. Era una mujer que no conozco, tez blanca, cabello castaño oscuro y vestía también de blanco. No, no estaba en el cielo o algo así, y no lo pensé, me levanté con el dolor y tomé unas vendas que estaban en el tocador, para variar blanco, comencé a enredármelas por toda la cintura, se manchaba cada capa de venda y lo hice hasta no ver ni una sola mancha roja, en un perchero al lado izquierdo estaba la única camisa blanca que he comprado en toda mi vida, me la puse, nada más porque era mía y no iba a salir a la calle en bra, caminé hacía la puerta y la mujer se me paró en frente impidiéndome la salida, –No debes irte, espera a sanar completamente, no caminarás ni dos cuadras cuando te desmayes, créeme. –No me desmayaré, no sin encontrar lo que busco, déjame ir porque se me hace tarde, le respondí, me reclamó los cuidados que tuvo hacia mí y que mis amigos le prometieran mi gratitud al despertar, entonces me besó, entré en exceso de confusión y me alejé diciendo –Lo siento, pero yo no pedí tu ayuda y no es mi culpa lo que otros te prometieron, no tengo ningún interés en quedarme, prefiero morir en el intento de encontrar lo que busco, y ahorita en este preciso momento puede ya ser muy tarde, así que si no quieres que te quite a chingazos… se movió y dijo algo así como que no sabes lo que haces y en tu travesía por alcanzar la Luna vas a caer en pedazos de nuevo a la tierra y yo no soy quien los va a juntar de nuevo, a lo que respondí, –No lo hagas, nos harás un gran favor.

Salí a la calle, y la luz golpeó mis ojos acompañada de un ligero dolor de cabeza y sin dejar de sentir la herida, caminé con poca dificultad, cada paso ardía todo mi cuerpo, tanto que llegué a pensar que venía regresando del Infierno, sentía que estaba prendida en fuego. Me encontré a los prometedores amigos míos, me saludaron como si nunca hubiera pasado nada y mostrando la navaja aún ensangrentada les dije, – ¿Dónde está?, ellos no sabían, y seguí mi camino, recorrí muchas calles y la noche cayó otra vez, a cada persona que encontré le pregunté por ti, sin decir en ningún momento tu nombre, las calles se repetían, sentí pasar las horas y mi agonía era la misma, pero nunca estuve cerca un desmayo. Me senté en una piedra respirando con dolor y la vista se me nublaba, me recargué, a lo lejos vi alguien acercarse, delgado, muy delgado pero los ojos se me cerraban, sentí sueño. – No te ves nada bien mujer, dijo su voz ya cerca, supe quién era, – He estado mejor, respondí, y al abrir los ojos lo vi parado frente a mi sonriendo, era tu amigo, tenía en las manos vendas y me comentó que estaban tiradas en el piso y por curiosidad las siguió, le mostré la navaja y me dijo – ¿De verdad piensas que te diré dónde está? Bueno, si es que está, lo mandé callar con unas cuantas mentadas de madre lo cual no lo hizo parar de reír, entré de nuevo en confusión y pregunté si al menos sabía que estabas bien, a lo que confesó no saber nada de ti, el sueño se esfumó y me levanté para seguir, mi blusa blanca ya era también roja, y al dar unos pasos tu amigo sujetó una parte de mi vendaje, me advirtió que no siguiera, me quise soltar pero él no quería, entonces me desenredé dando vueltas pero no tenía fin, él forzando la venda se acercó y me repitió – Por favor, no sigas, saqué tu navaja y mientras él se rehusaba a soltarme corté la venda y medio corrí, sintiendo el poco vendaje que quedaba, deslizarse sobre mi cadera y al final mis pies, cuando miré hacia atrás y ya no lo vi, dejé de “correr”.

La oscuridad no se iba y yo estaba agradecida, pero el frío, por más que me guste, estaba quemándome más que la piel, llegué a una casa que no era tuya pero algo me dijo que estabas ahí y entonces si corrí, al entrar por la puerta noté mi pantalón blanco también pintarse de rojo poco a poco de arriba hacia abajo, el corazón latiendo muy rápido y mi respiración entre cortada me hicieron agachar un segundo, pero de momento levanté la mirada para descubrirte en un rincón, llorando, con el rostro escondido detrás y entre las rodillas.
No dudé y me acerqué, levanté tu rostro y te dije que todo iba a estar bien, recuerdo haberte repetido mucho un “Hey” sin soltar tu cara, mientras yo ya sin vendas, solo la herida descubierta, te quise abrazar y dijiste – No, no, no, vete, déjame, ¿Por qué? ¿Por qué no te vas?, Y vi que tu pecho estaba sangrando, sentí morir y te dije que conocía a alguien que nos podía ayudar, que teníamos que movernos rápido, te quise levantar y te negaste, esta vez yo sin fuerza, no pude ir en contra de tu voluntad, me pegué a ti y llorando me miraste, mis labios acariciaste y dijiste – Tú deberías estar en una cama, descansando, sanando, bajaste la mirada y viste mis ropas, acariciaste mi herida, y te dije – Ven aquí, quise abrazarte y no me dejaste, repetiste – ¿Por qué no te vas?, entonces me moví y me acomodé atrás de ti, sentándome de forma que te recargaras en mí y apreté con mi mano la herida en tu pecho, sentí correr tu sangre sobre mi mano y repetí – Hey, y suspiraste, recostaste tu cabeza en mi pecho sin dejar de llorar, te abracé porque así como te tenía no te me podías escapar, entonces te pusiste de lado y escondiste tu nariz y labios, en mi cuello, yo en ningún momento solté tu pecho, con la esperanza idiota de que lograría detener esa hemorragia, te abrazaba con la fuerza que me quedaba y tu acariciaste mi hombro, metiste tu mano debajo del cuello de mi blusa, indagando, tocando mis clavículas y refiriéndote a las tuyas susurraste – Ya se, viniste por lo que es tuyo y te sentí sonreír lo cual hizo también dibujarme en los labios una sonrisa, y te respondí – Si, y a dejarte lo que es tuyo. Te robé un pequeño beso, te volviste a mi cuello.

Elba.

You are my heaven tonight.